Me gustaría poder contaros todos los beneficios o la repercusión que ha tenido este proyecto en todos nosotros (mis alumnos y yo), pero la verdad es que, por una parte, no he hecho ningún estudio cuantificable y, por otra, no sabría muy bien por dónde empezar a medir. ¡Creo que nos ha ayudado mucho en nuestro día a día! Lo que sí me gustaría, ahora que ya sé un poquito más de lo que hablo, es contaros qué es la inteligencia emocional y los beneficios que tiene llevar a cabo programas de educación emocional en las escuelas. Y para ello, creo que mucho más válida que mi opinión es la de los expertos en la materia que sí tienen datos constatables que lo corroboran.
Si bien una parte de estas habilidades pueden venir configuradas en nuestro equipaje genético, y otras tantas se moldean durante los primeros años de vida, la evidencia respaldada por abundantes investigaciones demuestra que las habilidades emocionales son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados.
Ahora que tenemos claro qué es la inteligencia emocional y de qué habilidades se compone vamos a ver qué ocurre en nuestro cerebro.
El cerebro emocional
En el funcionamiento de la amígdala y en su interrelación con el neocórtex se esconde el sustento neurológico de la inteligencia emocional.
El diseño biológico que rige nuestro espectro emocional es un sistema que está presente en nosotros desde hace más de cincuenta mil generaciones y que ha contribuido, con demostrado éxito, a nuestra supervivencia como especie.
En esencia, toda emoción constituye un impulso que nos moviliza a la acción. Cada uno de nosotros viene equipado con unos programas de reacción automática o una serie de predisposiciones biológicas a la acción. Sin embargo, nuestras experiencias vitales y el medio en el cual nos haya tocado vivir irán moldeando con los años ese equipaje genético para definir nuestras respuestas y manifestaciones ante los estímulos emocionales que encontramos.
Un par de décadas atrás, la ciencia sabía muy poco sobre los mecanismos de la emoción. Pero recientemente, y con ayuda de nuevos medios tecnológicos, como el escáner cerebral, se ha ido esclareciendo el panorama de aquello que sucede en nuestro organismo mientras pensamos, sentimos, imaginamos o soñamos.
Alrededor del tallo encefálico, que constituye la región más primitiva de nuestro cerebro y que regula las funciones básicas como la respiración o el metabolismo, se fue configurando el sistema límbico (también llamado cerebro emocional), que aporta las emociones al repertorio de respuestas cerebrales. Gracias a éste, nuestros primeros ancestros pudieron ir ajustando sus acciones para adaptarse a las exigencias de un entorno cambiante. Así, fueron desarrollando la capacidad de identificar los peligros, temerlos y evitarlos. La evolución del sistema límbico estuvo, por tanto, aparejada al desarrollo de dos potentes herramientas: la memoria y el aprendizaje. En esta región cerebral se ubica la amígdala, que tiene la forma de una almendra. Se trata de una estructura pequeña, aunque bastante grande en comparación con la de nuestros parientes evolutivos, en la que se depositan nuestros recuerdos emocionales y que, por ello mismo, nos permite otorgarle significado a la vida. Sin ella, nos resultaría imposible reconocer las cosas que ya hemos visto y atribuirles algún valor.
Sobre esta base cerebral en la que se asientan las emociones, fue creándose hace unos cien millones de años el neocórtex: la región cerebral que nos diferencia de todas las demás especies y en la que reposa todo lo característicamente humano. El pensamiento, la reflexión sobre los sentimientos, la comprensión de símbolos, el arte, la cultura y la civilización encuentran su origen en este esponjoso reducto de tejidos neuronales. Al ofrecernos la posibilidad de planificar a largo plazo y desarrollar otras estrategias mentales afines, las complejas estructuras del neocórtex nos permitieron sobrevivir como especie. En esencia, nuestro cerebro pensante creció y se desarrolló a partir de la región emocional y estos dos siguen estando estrechamente vinculados por miles de circuitos neuronales. Estos descubrimientos arrojan muchas luces sobre la relación íntima entre pensamiento y sentimiento.
La emergencia del neocórtex produjo un sinnúmero de combinaciones insospechadas y de gran sofisticación en el plano emocional, pues su interacción con el sistema límbico nos permitió ampliar nuestro abanico de reacciones ante los estímulos emocionales y así, por ejemplo, ante el temor, que lleva a los demás animales a huir o a defenderse, los seres humanos podemos tomar muchas otras opciones (pedir ayuda, relajarnos, buscar una distracción…). Pero no por ello debemos pensar que nuestra racionalidad prima sobre nuestros sentimientos. Son muchos los asuntos emocionales que siguen regidos por el sistema límbico y nuestro cerebro toma decisiones continuamente sin siquiera consultarlas con los lóbulos frontales y demás zonas analíticas de nuestro cerebro pensante.
Los seres humanos tenemos dos mentes, una racional y otra emocional, y ambas se complementan. El hemisferio izquierdo nos ayuda a pensar de una manera lógica y a organizar los pensamientos para construir frases, y el hemisferio derecho nos ayuda a experimentar las emociones y a interpretar las señales no verbales. Las emociones son fundamentales si hemos de vivir de una manera plena, pero no queremos que dominen nuestra vida por completo. La inteligencia emocional se refiere a la utilización inteligente de las emociones e incluye habilidades tales como la conciencia de uno mismo, la autoaceptación, la capacidad de motivación, el dominio de los sentimientos, el manejo del estrés, la empatía, la responsabilidad personal, la resolución de conflictos, la asertividad o la resiliencia. Si somos conscientes de nuestros puntos fuertes y débiles y ponemos interés en desarrollar todas estas habilidades, conseguiremos alcanzar un elevado equilibrio emocional.
Y ahora que sabemos qué es la inteligencia emocional y el sustento neurológico del mismo, vamos a abordar algo más práctico:
¿en qué nos puede ayudar desarrollar nuestra inteligencia emocional?Beneficios del desarrollo de la inteligencia emocional
Cada vez más investigaciones sugieren que ayudar a los niños a desarrollar habilidades sociales y emocionales desde temprana edad afecta a su salud y bienestar a largo plazo. Los estudios han demostrado que su conducta y funcionamiento social y emocional comienzan a estabilizarse alrededor de los 8 años y pueden predecir su conducta y su salud mental posterior. Por tanto, si durante la etapa de infantil y primaria aprenden a expresar sus emociones de forma constructiva y se implican en relaciones afectuosas y respetuosas, es más probable que eviten la depresión, la agresividad y otros graves problemas de salud mental a medida que crezcan.
Investigaciones en neurociencia y psicología cognitiva señalan que el C.E. (cociente emocional) es tan importante como el C.I. (cociente intelectual) con respecto al desarrollo saludable del niño y su éxito futuro. Diversos estudios de largo plazo han ido observando las vidas de los chicos que puntuaban más alto en las pruebas intelectivas o han comparado sus niveles de satisfacción frente a ciertos indicadores (la felicidad, el prestigio o el éxito laboral) con respecto a los promedios. Todos ellos han puesto de relieve que el cociente intelectual apenas representa un 20% de los factores determinantes del éxito. El 80% restante depende de otro tipo de variables, tales como la clase social, la suerte y, en gran medida, la inteligencia emocional. Así, la capacidad de motivarse a sí mismo, de perseverar en un empeño a pesar de las frustraciones, de controlar los impulsos, diferir las gratificaciones, regular los propios estados de ánimo, controlar la angustia, empatizar y confiar en los demás, parecen ser factores mucho más determinantes para la consecución de una vida plena que las medidas del desempeño cognitivo.
Uno de los críticos más contundentes con el modelo tradicional de concebir la inteligencia es Howard Gardner. Como vimos en el apartado anterior, éste mantiene que la inteligencia no es una sola, sino un amplio abanico de habilidades diferenciadas entre las que identifica ocho. Gardner destaca dos tipos de inteligencia personal: la interpersonal, que permite comprender a los demás, y la intrapersonal, que permite configurar una imagen fiel y verdadera de uno mismo.
Por tanto, la inteligencia emocional es un requisito básico para el uso eficaz del C.I., es decir, del conocimiento y las habilidades cognitivas. Es importante tener en cuenta las interconexiones fisiológicas entre las áreas emocionales y ejecutivas del cerebro, puesto que están relacionadas con la enseñanza y el aprendizaje. En los lóbulos prefrontales del cerebro, que gestionan los impulsos emocionales, también reside la memoria de trabajo y es donde se realiza el aprendizaje. Así, es evidente que cuando la ansiedad, la ira o los sentimientos de tristeza se inmiscuyen en los pensamientos del niño, la memoria de trabajo tiene menos capacidad para procesar lo que intenta aprender. Esto implica que, al menos en parte, el éxito académico depende de la capacidad del estudiante para mantener interacciones sociales positivas. De hecho, las investigaciones han aportado gran cantidad de datos que indican que los estudiantes obtienen mejores resultados cuando el aprendizaje académico se combina con el social y emocional.
Por otro lado, el hecho de que los niños aprendan y dominen las habilidades sociales y emocionales, les ayuda no sólo en la escuela, sino también en todos los aspectos vitales. Numerosos estudios han descubierto que los jóvenes que poseen estas habilidades sociales y emocionales son más felices, tienen más confianza en sí mismos y son más competentes como estudiantes, miembros familiares, amigos y trabajadores. Al mismo tiempo, tienen menor predisposición al abuso de drogas o alcohol, la depresión o la violencia.
Existen varias evaluaciones objetivas que constatan los beneficios de la aplicación de programas de educación emocional en las escuelas. Una de ellas, tal vez la mejor, la han realizado observadores independientes y se ha centrado en comparar la conducta de aquellos alumnos que han pasado por estos programas con otros que no lo han hecho. Otro método consiste en detectar los cambios que han tenido lugar en un determinado grupo de estudiantes, basándose en una serie de medidas objetivas de su conducta (como en número de peleas en el patio o el número de amonestaciones) antes y después de haber participado en el programa. Los datos de estos estudios muestran la considerable mejora que suponen para la competencia emocional y social de los alumnos, para su conducta dentro y fuera del aula y para su capacidad de aprendizaje. Aquí una lista de las mejoras constadas:
AUTOCONCIENCIA EMOCIONAL
Mejor reconocimiento y designación de las emociones.
Mayor comprensión de las causas de los sentimientos.
Reconocimiento de las diferencias existentes entre los sentimientos y las acciones.
CONTROL DE LAS EMOCIONES
Mayor tolerancia a la frustración y mejor manejo de la ira.
Menos agresiones verbales, menos peleas y menos interrupciones en clase.
Mayor capacidad de expresar el enfado de una manera adecuada (sin necesidad de llegar a las manos)
Menos índice de suspensiones y expulsiones.
Conducta menos agresiva y menos autodestructiva.
Sentimientos más positivos con respecto a uno mismo, la escuela y la familia.
Mejor control del estrés.
Menor sensación de aislamiento y de ansiedad social.
APROVECHAMIENTO PRODUCTIVO DE LAS EMOCIONES
Mayor responsabilidad.
Capacidad de concentración y de prestar atención a la tarea que se lleve a cabo.
Menor impulsividad y mayor autocontrol.
Mejora de las puntuaciones obtenidas en los tests de rendimiento.
EMPATÍA: LA COMPRENSIÓN DE LAS EMOCIONES
Capacidad de asumir el punto de vista de otra persona.
Mayor empatía y sensibilidad hacia los sentimientos de los demás.
Mayor capacidad de escuchar al otro.
DIRIGIR LAS RELACIONES
Mayor capacidad de analizar y comprender las relaciones.
Mejora en la capacidad de resolver conflictos y negociar desacuerdos.
Mejora en la solución de los problemas de relación.
Mayor afirmatividad y destreza en la comunicación.
Mayor popularidad y sociabilidad. Amistad y compromiso con los compañeros.
Mayor atractivo social.
Más preocupación y consideración hacia los demás.
Más sociables y armoniosos en los grupos.
Más participativos, cooperadores y solidarios.
Más democráticos en el trato con los demás.
Sé que es un post muy largo y con mucha información teórica, pero quería compartirla con vosotros porque aunque muchos estaréis más que informados, otros estaréis leyendo esto por primera vez, y sé que no os dejará indiferentes.